Un proyecto para desdesaparecer a los desaparecidos 

  ​

Adriana “Naná” Lewi tenía un año y medio cuando una patota la secuestró junto con sus padres, Ana María Sonder y Jorge Lewi. En ese octubre de 1978, ella estuvo en cautiverio en el campo de concentración conocido como El Olimpo. Supo muchos años después, gracias a una sobreviviente a quien conoció en los tribunales de Comodoro Py, que su mamá había ideado unos juegos para intentar abstraerla del horror: con sus manos hacía como si tuviera títeres y le cantaba bajito, bien bajito. Tras años de romper silencios y buscar fotos desconocidas, Naná presentó el sábado la reconstrucción de la vida de sus padres y dialogó sobre el proceso con Página/12.

En pleno barrio de Floresta, el Olimpo funcionó como centro clandestino de detención, tortura y muerte (CCDTyE) entre agosto de 1978 y enero de 1979. Fue la continuidad de otros dos campos de concentración: el Club Atlético y el Banco.

Desde hace más de 20 años, ese predio enorme de la calle Ramón Falcón al 4200 funciona como un sitio de memoria. Por impulso de los sobrevivientes, en 2006 se inició un proyecto que buscaba reconstruir las vidas de quienes pasaron por allí y después fueron engullides por la maquinaria desaparecedora de la dictadura.

La forma de contar las vidas de les desaparecides fue conformar unas carpetas que funcionan también como álbumes de fotos y recuerdos. Desde 2011 se puede visitar la muestra “Historias de vida. Eso que no pudieron destruir”.

El camino que emprendió Naná llevó tiempo y arrancó en un momento de mucha incertidumbre, como fue la pandemia de Covid. En ese momento, a pesar del aislamiento que impedía la presencialidad, el sitio de memoria siguió trabajando. Siguió construyendo memoria. Naná empezó construyendo la carpeta y terminó publicando un libro –Estoy, estamos–, que editó Bulbo Editorial.

https://www.instagram.com/p/DO63XF4jic1

“A mí me costaba mucho encararlo. Cuando llegó la pandemia, se abrió esa ventanita. Nos empezamos a juntar virtualmente con Maru (María Eugenia Mendizábal, coordinadora del exOlimpo). Todo arranca de pensar que une no tiene nada para llenar el contenido de esa carpeta, si hay tanto silencio alrededor. Por suerte, ese rompecabezas, cuando empecé a tirar de la soga, se fue desovillando”, cuenta Naná.

–¿Cómo fuiste reconstruyendo quiénes eran tus padres?
–Convengamos que es un camino que vengo recorriendo desde que soy chica, desde que tuve posibilidad de preguntar. Son piezas que fui juntando a través de los años. Al principio estaba todo muy centrado en el centro clandestino. La verdad es que me fue más fácil tener información de lo que vivieron en el centro clandestino que de sus vidas. Y eso es muy significativo de la violencia de la dictadura: como que lo que más quedó de ellos fue su muerte.

–¿Y este proceso más reciente de reconstrucción?
–Cuando me conecté con Maru, empecé a buscar desde otro lado. Comencé a escribir desde qué sentía, qué me pasaba, quién era yo. Esa búsqueda fue llevándome a hablar con gente y a recordar cosas que me habían dicho –como que mucho estaba escondido en mí misma. Hice los últimos contactos, que fueron los más vitales, con les compañeres de facultad de mis viejes, una prima de mi papá con la que nunca había hablado, como que logré romper algunos de los silencios que se habían hecho. Fui recibiendo cosas de mis abuelos paternos y recibí un montón de fotos. La historia familiar era que los genocidas habían quemado todas las fotos –lo cual es cierto–, pero cuando me puse a buscar, recibí toda esta herencia de álbumes familiares que mi abuelo tenía guardados en su escritorio. Descubrí imágenes hermosas, que habían estado guardadas tanto tiempo y que para mí eran tan necesarias, porque necesitaba construir a mis viejes. A elles les secuestraron cuando yo tenía un año y medio, entonces no tenía recuerdos.

–Cuando declaraste en el juicio, habías llevado un fotomontaje tuyo con tus padres…
–Sí, claro, porque durante 30 años yo no tenía fotos de mi mamá y mi papá. Y para mí era súper importante tener alguna representación de ellos dos juntes. En la foto mi mamá está embarazada, entonces sería la única foto de les tres que tengo. Otra foto que tengo es una en la que estoy yo: se ven las piernas de mi papá y un pie de mi mamá, que es quien saca la foto. Yo me incluí en el relato porque la relación de mi papá y de mi mamá fue conmigo ahí. La idea de la carpeta y del libro es traerlos a la vida.

–¿Cómo se habían conocido?
–Mucho no sé. Les dos estudiaban Química. Mi mamá era más grande y mi papá entró en el ‘75. Se conocieron en un curso o taller de biología. Se conocieron en la facultad y en la militancia. Se casaron en abril del ‘76. Yo nací en el ‘77. Tuvimos nuestro año y medio de relación.

–¿Y la reconstrucción fue a través de compañeros de facultad o militancia?
–Sí, fue la primera vez que sentí que me hablaban más, sobre todo de mi mamá, que estuvo más tiempo en la facu. Después me contacté con un amigo de mi papá del secundario. Gente que los tiene más humanizades a mis papás. Mi familia hizo como un esfuerzo por borrar el dolor, sin darse cuenta de que también borraba la existencia de mis viejes. Como que les preguntaba cosas y nunca se acordaban. En mi casa no había fotos de mi mamá o de mi papá porque generaban dolor. A mí, la verdad, me genera lo contrario. Las imágenes y la información me generan paz. Durante mucho tiempo fueron como dos fantasmas.

–Y toda esta reconstrucción es posible desde el sitio de memoria, desde un lugar de horror que genera otros significados…
–Creo que parte de la función de los espacios es reconstruir la vida también. Es parte de desandar el camino de la dictadura. Más allá de que mi papá y mi mamá sean individuos, son parte de la historia y representan a otras personas. Al ir recomponiendo cada uno de esos cuadritos, también se generan nuevos vínculos. El espacio tiene esas funciones y las cumple con mucho esmero y amor. Para mí siempre fue un espacio de contención, búsqueda y escucha. En eso se empiezan a generar los proyectos vitales que tiene el espacio –que no es solo contar la muerte, aunque es tan brutal que es imposible no hacer foco en eso. El espacio busca desdesaparecer a les desaparecides. Es la historia reciente que todavía nos quema. Es todavía carne viva y esto nos ayuda a reconstruirnos como personas.

–¿Qué significa para vos haber podido llegar a la carpeta y al libro en este contexto particular?
–Fue un poco ganarle a la injusticia en un momento en el que la injusticia está tan de moda, al igual que la validación de la violencia. Ir para el lado del amor y la reconstrucción es muy poderoso.

 

Compartir:

Podría interesarte...