Fue triunfo electoral de Milei. La mayoría ciudadana que decidió concurrir a votar, le otorgó un nuevo tiempo político, a pesar de su explícita conducta como regente del Presidente de la gran potencia capitalista. Se impuso la alternativa de Milei, ante la otra opción de rechazo al proyecto político y económico libertario. Donald Trump, directamente se adjudicó el triunfo y sus mercados celebran.
Decíamos la semana pasada, que la derecha sostiene la estrategia ideológica inicial basada en alimentar el relato del odio al peronismo y los zurdos. El otro factor fue el miedo al abismo en que se caería el país si el plan “salvador” de Milei se estrella contra la realidad. Algo así como que hay que seguir sufriendo un poco más, hasta llegar al nuevo mundo que pregona Milei, ahora instrumentado por el Presidente de Estados Unidos. Esa prédica ganó. Logró atraer al electorado de centro y derecha ausentado en la anterior elección en la provincia de Buenos Aires que “reapareció” conformando el tradicional 40% conservador. Siguiendo con la ponderación necesaria sobre el territorio bonaerense hay que sumar la imposibilidad de que voten extranjeros. No se trata de justificaciones, sino de no tragarse la curva de los analistas “serios”, pescadores de ríos revueltos.
Si la situación económica es muy mala para la mayoría de los sectores humildes y buena parte de la clase media, en plena caída libre de su nivel de vida e incertidumbre futura, la derecha política-mediática, logró recuperar un voto ideológico que abreva de varios afluentes provenientes de nuestra historia reciente: el tradicional antiperonismo mutado a antikirchnerismo, sectores sociales extraviados del verdadero lugar que ocupan en la escala social, que ya no tienen anclaje en identidades políticas partidarias. Un fenómeno que no es nuevo. En otros tiempos se lo caracterizaba como desclasamiento.
Lo cierto es que esta inclinación sigue nutriéndose de la frustración en gobiernos y políticas anteriores; desde la derecha conservadora macrista o gobiernos populares que no responden a las expectativas de mejorar la vida del pueblo, argumentando que no hay condiciones para transformaciones que redistribuyan ingresos de las minorías enriquecidas a favor de las mayorías. El “nosepuedismo”, transformado en doctrina que llevó al fracaso y a abrirle las puertas a la derecha. Resulta incontrastable el caso de la elección de 2019. En esa oportunidad la candidatura de A. Fernández triunfó, logrando el apoyo de millones de ciudadanos no peronistas, quienes luego se fueron alejando, buscando otras opciones u optando por la abstención. La racionalidad ideológica de la desesperanza y la antipolítica impuso que poco o nada importen las corrupciones, latrocinios contra el Estado, las coimas de Karina, la degradación moral que desnudó el escándalo de la cripto estafa, ni el candidato narco que debió renunciar.
Habría que contemplar también el fenómeno perdurable y determinante del ausentismo. La participación de solo el 66% del electorado, muestra una nueva caída con respecto al 71% del 2021.
Se trata de un fenómeno que responde a múltiples causas que supera las posibilidades de esta columna, inclusive es una temática de época en muchos otros países. Sin embargo, no habría que eludir algunos trazos muy gruesos: los proyectos políticos populares están obligados a ofrecer propuestas económicas, sociales y culturales que puedan ser percibidas por el pueblo. No basta con denunciar el fracaso del plan de la derecha, tan vetusto como siempre, a pesar del nuevo envoltorio.
La oposición de Fuerza Patria fue firme y coherente en el Parlamento, pero no presentó un programa alternativo, como materialización de una nueva perspectiva política que saque a la ciudadanía y al país del marasmo y de la emergencia social a la que nos lleva la ultraderecha, ahora ya asumida en su rol colonial y dispuesta a imponer a rajatabla su dogma ultraísta.
No hace falta ninguna sabiduría para imaginar que el gobierno, ahora fortalecido, irá por todo. Esa es su vocación propia, es la exigencia manifiesta y perentoria del imperialismo en su actual fase neomonroísta, y de la burguesía local, también subordinada a la hegemonía de los financistas del JP Morgan. La mentada gobernabilidad es un eufemismo que significa el sostenimiento sin sobresaltos peligrosos del modelo del establishment, que ahora dobla la apuesta y reclama las reformas de base: impositiva, previsional y laboral en su plan de rediseñar la estructura productiva, social y cultural. Exige además la continuidad de la política de reducción de lo que denomina el “gasto social” y asegurar el pago de la deuda externa con el FMI y los prestamistas privados. El apoyo de Estados Unidos al gobierno argentino es el más manifiesto de la historia, por lo tanto, no necesitan ocultar que como contrapartida, “su” gobierno en argentina deberá también allanarse a las necesidades estratégicas de la gran potencia: base militar en el Sur, articular una política de ruptura con China y transformarse en ariete de su táctica para América Latina, en plena fase de ataque a las soberanías de diversos países como Venezuela, Colombia y Cuba, o la hostilidad con los gobiernos progresistas como el México de Sheinbaum o el Brasil de Lula.
Claro que todo el establishment intenta dominar al caballo loco del Presidente, demandando gobernabilidad, para lo cual inducen a un acuerdo con las otras expresiones del centrismo amigable, de gobernadores que reclaman federalismo, pero se quiebran ante un Ejecutivo Nacional anti provincias en materia presupuestaria y ajustador sin fin de la inversión social para la salud, educación, ciencia, universidad, obra pública, etcétera. De allí que Milei, en su discurso triunfal, convocó a los gobernadores en su carácter de “actores nacionales pro capitalistas”.
La inesperada derrota electoral del peronismo y sus partidos aliados, desnudó un conjunto de situaciones que estaban soterradas, esencialmente las mutaciones ideológicas que vive nuestra sociedad. El reto actual del campo popular es muy parecido a los de siempre: los internismos divisionistas deberán quedar atrás. Se trata de interpretar la demanda de las mayorías para representarlas en las luchas sociales y políticas que inevitablemente sobrevendrán, construyendo una auténtica unidad sustentada en ideas y propuestas.
 
															









