Hoy se cumple una semana del temporal que lo arrasó todo y en Cerri, una localidad de poco más de 9000 habitantes en el oeste Bahía Blanca, hay un movimiento incesante: camionetas, ambulancias, camiones cisternas y “anfibios” del Ejército, retroexcavadoras, tractores, autos, motos, bicicletas. Todos ralentizados, circulan despacio por calles en las que los montículos de chatarra húmeda se esparcen con pocos metros de distancia. Por estos días, es un pueblo de ventanas y puertas abiertas de par en par, con sillas secándose al sol, con bolsas de donaciones improvisadas en las entradas de las casas, con lugares de evacuación que de a poco se van vaciando y centros de distribución de alimentos y ropa en los que conviven voluntarios, empleados municipales, fuerzas de seguridad y damnificados. “No hay un colchón sano”, es la frase que lo resume todo en este lugar en el que el 98 por ciento de la población se vió afectada y más de la mitad se autoevacuó.
A las 5.30 de la madrugada del viernes 7 de marzo, Fabián Fabrizzi, el delegado municipal del pueblo, recibió un mensaje desde la Escuela Alférez San Martín en el Paraje Sauce Chico, a unos 15 kilómetros,: decía que el agua había llegado hasta la ventana. Dió aviso a los bomberos y a la red de entidades intermedias (sociedad de fomentos, clubes, centros de jubilados, etc), pero todo fue muy rápido. El agua, que creían que desbordaría por el Saladillo, llegó también por Cuatreros y Sauce Chico, dos arroyos que bordean la localidad. Rompió dos terraplenes de 6 metros de altura que estaban a los costados de la ciudad y bajó raudamente por las calles Gurruchaga, 9 de julio y Sarmiento, con tanta fuerza que se formaron olas. Todo quedó sumergido.
“Flotaban los sillones, las sillas, la cama, el colchón, todo flotaba. No, no, nunca visto, estuvimos como hasta las 10 de la noche con el agua”, cuenta Regina Buenofín, de 72 años. Tiene las manos coloradas, irritadas de tanto limpiar sin guantes. Está en el centro de distribución que está en la Lanera, un galpón gigante en el que funcionaba una fábrica de lanas que cerró durante el menemismo y que hoy está repleto de ropa. Hileras de mesas con vestimenta y calzado dividido por talles por las que caminan los vecinos y vecinas de Cerri.
Es la primera vez que Regina se acerca al lugar, en el brazo lleva colgadas dos remeras. “Perdí todo, todo, todo, todo. Todavía estamos sacando ropa mojada, por eso venimos a buscar un poco acá. Si tuviera un lavarropas para lavar, aunque sea de la paleta, me conformo”, dice. El miércoles volvió la luz, pero todavía falta el agua. Por eso también buscará bidones.
En una mesa rodeada de mujeres que buscan ropa está Laura, tiene 45 años y se acercó con el auto, llevó con ella a vecinas que no tenían movilidad. “Los primeros cinco días fueron algo tremendo, no conseguimos agua, me entristece porque la gente estaba con necesidad peleando por un bidón. Nos destrozó el corazón”, dice y cuenta que todavía está arreglando su casa después de la cola de tornado que sufrieron en diciembre de 2023. “No nos declararon como lugar de catástrofe y esto es una catástrofe ¿Por qué no lo declaran? ¿Qué quieren, seguir cobrando impuestos?. La tristeza nos va a quedar por un tiempo largo”, agrega.
En uno de los laterales de la entrada de Cerri hay una montaña gigante de basura nueva. Una semana después, donde hubo un metro y medio de agua, ahora hay montañas de colchones, muebles, ropa. Cuadras y cuadras con montículos de chatarra humedecida. Que por el momento, los camiones recolectores están llevando a un costado del pueblo. Entre esas calle, las escenas más diversas: abrazos prolongados con llanto incluído, gente ofreciendo tortas fritas y otras limpiando sus muebles en la vereda. Los gestos solidarios se repiten en distintas escalas.
En una de las veredas, hay una montaña de bolsas de residuos con ropa y cajas con leche, fideos, arroz y lavandina. Es una casa particular, la de Eduardo Lescano, un camionero que con su familia entrega mercadería que le mandaron colegas desde San Pedro, provincia de Buenos Aires. Hicieron una colecta entre grupos de conocidos y el jueves llegó el camión con doble acoplado que trajo las donaciones. Mientras sus hijos arman las bolsas, otros vecinos organizan la distribución. “Es para el que necesita, que pase y se agarre, lo vamos a dejar en la vereda”, cuenta. “No hay otra opción que ayudarnos entre nosotros, es la manera más fácil de poder llegar a la gente porque las otras donaciones recién están apareciendo ahora, estuvimos días sin nada”, relata.
En la Escuela 14 hay un centro de evacuados, en el que hay 30 personas, muchos de ellos adultos mayores que aún no pudieron volver a sus casas. En la puerta hay dos camiones “anfibios” del ejército, verdes con ruedas gigantes, del que un puñado de jóvenes descarga alimentos. En Cerri, hay voluntarios y voluntarias ayudando con la limpieza, algunos que se inscribieron a través de la municipalidad y otros que pertenecen a Bonaerenses Solidarios, organizados a través del ministro de Desarrollo de la Comunidad de la Provincia de Buenos Aires.
Ahí está Gastón Carduz, de 28 años, que llegó el lunes desde La Plata. Lleva guantes y carga una carretilla con palas y lavandina, pertenece a un grupo de 50 que se ofrecen por las casas para quitar el barro en Cerri (hay 600 voluntarios y voluntarias en toda Bahía Blanca). “Lo primero que surge es la necesidad de escuchar, de hablar con los vecinos, porque también tienen ganas de desahogarse, y después uno está a disposición. Nosotros vamos por el barro, digamos, por las situaciones más de emergencia, pero también hay casos de gente que todavía está evacuada y que estamos limpiando su casa para que pueda volver a dormir, a vivir en su hogar”, dice.
Pero más adentro, hay gente que aún tiene el agua en sus casas. Es la zona de Sección Quintas y Paraje Alférdez San Martín, donde aún todo está sumergido. “Me sensibiliza mucho, pero acá te encontrás con gente que te quiere traer un mate, un vaso de agua, que te quieren cocinar algo para que comas, para que tomes mientras vos estás queriendo ayudarlos a ellos. Hay mucha solidaridad acá”, agrega Gastón.
Hugo Fabiani es el presidente de la Sociedad de Fomento de Cerri y cuenta que la red entidades intermedias está aceitada, sobre todo para las celebraciones del pueblo como la Fiesta Provincial de la Historia de la Carne, que en el último año vendió dos vaquillonas y 150 costillares. Ahora, esa red sirvió para la asistencia: los clubes se convirtieron en centros de evacuados, las escuelas en espacios de distribución y el cuartel de bomberos en lugar de referencia, todos organizados. “Los medios importantes vienen a buscar a ver cuántos muertos hay, quién tiene hambre y no le dieron de comer y acá está la prueba de que acá la mercadería está, la gente que viene se la lleva, el que viene a comer acá come”, se queja y hace referencia al menú del centro de evacuados, en el que un grupo de voluntarios cocina cerdo al horno y compota de manzana para los jubilados que están viviendo ahí por estos días.
Para Hugo Fabiani la gente de Cerri es como el tamarisco: “un arbusto que ni siquiera es árbol, muy humilde, que vino de tierras muy lejanas, se aferró a este suelo salitroso y no logró vencerlo ni el salitral, ni la sequía, ni la lluvia, ni las inundaciones, ni el fuego. Parece que se muere, pero resucita y sigue”. Así está hoy Cerri, en medio del proceso de reconstrucción, resistiendo como el tamarisco.