Hoy los bonaerenses van a las urnas para expresar lo que piensan y sienten sobre la política, la economía, el día a día de los trabajadores. En la calle pasa todo y las miradas son tan heterogéneas como la oferta electoral. “Lo peor ya pasó. Llegan los días más lindos, ahora va a salir el sol. Pero el invierno fue duro. Algunas mañanas que vine directamente en bicicleta me pasa de llegar al trabajo y tener los labios cortados por el frío”, cuenta Ariana. Es enfermera y platense. Vive en City Bell pero trabaja en Tolosa, y cuando no se toma el tren que la deja en 15 minutos de estación a estación, emprende viaje por camino Centenario en bicicleta, a las cinco de la madrugada. “Entro a las seis y salgo a las tres de la tarde, trabajo en esta residencia hace un año. Y bueno, es duro a veces, pero hago lo que me gusta”, explica.
El tren Roca llegará en cinco minutos y el sol rompe en la estación de trenes de Tolosa, un barrio histórico de la ciudad de La Plata. Zona de trabajadores, comerciantes, empleados. En Tolosa se inauguró el nuevo mercado bonaerense y la circulación crece. Ariana sube con su bicicleta fucsia al tren y la acomoda entre las demás. Mientras se arregla el pelo, explica: “Nos hacen usar esas cofias y estoy todo el día con eso en la cabeza, es imposible estar peinada”, bromea. Mientras la mujer de sonrisa permanente da detalles de su trabajo, la hija le manda un mensaje con la escuela en la que debe ir a votar. “Justo, mi hija me mandó para que sepa en donde tengo que ira votar. Está en todo ella”, dice entre sonrisas. Pero Ariana no sabe que hará en el cuarto oscuro, ignora bastante la oferta electoral. “No sé a quién voy a votar, pero sí se qué algunos que están más loco que una. Yo igual, pienso que son todos lo mismo. La misma mierda con distinto olor, y perdón la expresión. Cambian cosas según quién esté, sí, pero no tanto al final. De todas maneras, yo siempre laburé y siempre voy a laburar”, reflexiona con los brazos en jarra. En La Plata, octava sección electoral, casi 640 mil personas están en condiciones de ir a votar en las elecciones bonaerenses.
El tren partió de La Plata, pasó por Tolosa y sigue rumbo a estación Constitución. La mitad de los pasajeros aprovechan el trayecto para dormir, la otra mitad, viaja usando el celular. En Villa Elisa, se sube una señora que promedia los 60 años con una bolsa gigante color blanca que apoya cerca de su cuerpo, se acomoda el pelo y comienza a gritar: “Chipa, chipa, dos mil pesos la chipa”, y conversa, entre grito y grito, con la gente. Trabaja en el tren hace veinte años. Tiene su recorrido organizado con sus compañeros, explica. Como un juego de postas, ella empieza y termina en la parada donde los demás inician la venta. “¿Cómo viene la venta? Floja. Los últimos dos meses fueron los más duros. Porque esto es así: si ustedes, los pasajeros, tienen plata, yo tengo plata. Porque si tienen plata y les da hambre, compran chipa. Pero si no tienen plata se aguantan el hambre hasta llegar a casa para no gastar de gusto, y ahí la que no vende soy yo. Ayer salí con 50 roscas de chipa y volví con 25. Un desastre. Antes me alcanza, ahora no”. Cuando la conversación gira en torno a las elecciones de este domingo, la vendedora cierra la discusión: “Sí, claro que hay que ir a votar. Ahí en la urna los votos de todos valen lo mismo. Y hay que votar si no nos gusta como están las cosas”.
“Lo que pasa es lo que dice la señora. Si a vos no te alcanza la plata, imagínate a los comerciantes, a los vendedores, a los busca vida como yo”, dice Carlos sonriendo. De campera larga, alto y delgado, Carlos se mueve rápido, manda mensajes de voz y hace chistes con su calvicie. Se baja en la estación de Quilmes y camina por avenida Pellegrini dando pasos largos y enérgicos. “Yo me la ingenio hace una vida. Compro productos que vendo luego, y pasé por todos los rubros que te puedas imaginar. Ahora lo ayudo a mi hijo a estudiar, le pago algunas cosas y él está chocho con la facultad. A veces me hace calentar porque no me ayuda en nada él a mí, pero viste como son los pendejos, no les importa nada”. Sobre la voluntad política de la juventud, Carlos reflexiona: “No, en eso sí. Él me decía ayer que teníamos que ir a votar juntos, creo que votamos en la misma escuela. Yo voy a votar, lógico. Pero con él tenemos ideas contrarias. Él dice que yo no entiendo mi clase social, que no voto a los políticos que sí gobiernan para los trabajadores, que me gustan los garcas. Yo le explico a él que ya los vi pasar a todos y no les creo nada, pero bueno, nos reíamos igual. Cada uno que piense lo que quiera, viste”.
Hacia el oeste, una multitud de gente llega y se va de la estación de tren de Morón. Un hombre vende pollitos en una caja de cartón. Los comercios y vendedores ambulantes se cuentan de a cientos. Ropa, artículos de limpieza, de tecnología, comida. La localidad es centro neurálgico de paso hacia Moreno y más al oeste también. Guido es politólogo y vivió toda su vida en Castelar. Hoy con 28 años, trabaja y vive en Morón. “Morón tiene tanto movimiento y contacto con la muni, que está muy politizada. Comerciantes, vecinos, todos. Sí sucede que, por ejemplo, yo doy clases en la secundaria para adultos que funciona adentro de una dependencia municipal, y muchos de los que estaban ahí o no sabían que había elecciones o qué se votaba”, y agrega: “La ferretería más importante del centro de Morón, por ejemplo, es una ferretería peronista, la hija del ferretero es candidata. Los comerciantes de Morón están súper politizados y organizados. Tenes gente que fue o es funcionaria y también tienen comercios, bares. Yo ahora vivo en una zona más elevada en términos de clase social, y no tengo claro que el compromiso con las elecciones tenga tanto que ver con una cuestión de clase social”. Agustina, su pareja, es trabajadora social, y no le atribuye el desconocimiento de la jornada electoral al sector social: “Yo vivo en Morón hace 28 años. En los barrios con unidades básicas y demás están más al tanto. Pero mucha gente con la que comparto de clase media capaz no tienen idea de qué se vota. Sí comparto que hay un desconocimiento sobre la elección y qué se vota, eso seguro”. Morón forma parte de de la Primera Sección electoral, en donde también están habilitadas más de cinco millones de personas para participar de la votación.
Un grupo de jubilados hace uso de una parte del enorme Parque “Los Derechos del Trabajador” en Villa Domínico, cerca del patio de comidas, para jugar al tejo. Lejos de las fotos de Instagram y videos de Tik Tok, cerca de diez jubilados se ríen y juegan con tejos blancos y azules, analizan los tiros, miden las distancias. Casi no se habla, y no se habla de nada más. El sol se impone y los vecinos lo aprovechan para hacer ejercicio, pasear a los perros y tomar mate en las mesas del parque. A pocas cuadras, sobre avenida Bartolomé Mitre, un grupo de jubiladas coquetas y animadas de entre 72 y 80 años se reunieron a merendar. Ellas sí hablan, y hablan de Todo. “Tenemos 60 años de amistad en esta mesa. De acá, todas somos del barrio, y entre los 15 y 20 años nos fuimos sumando al grupo. Ahora vivimos dos en Quilmes y las demás viven acá, pero nos juntamos todas siempre”, explica Mabel, ahora jubilada, que trabajó en peluquería y estética. Las seis, cuentan, trabajaron toda la vida. Una de ellas lo sigue haciendo con su hija en comercio y vende ropa. Dos de ellas van a ir a votar convencidas, pero las demás no quieren ir, no creen que tenga sentido. “¿Sabes qué pasa? Que nosotras vemos pasar gobiernos hace sesenta años. Ella, por ejemplo, trabajaba en municipio, vio pasar de todo. Ya los conocemos. En mi edificio, por ejemplo, todos los viejos en la última elección votaron al Presidente. Ahora no quieren saber más nada, porque claro, nos damos cuenta rápido los jubilados. Ya no tenemos a quién elegir”, enfatizan. Para las señoras que la plata no alcanza es un hecho fáctico y comprobable, tanto en sus casas como en las de sus hijas o nietas. “Yo tuve épocas en las que nos íbamos todos de vacaciones al exterior, y ahora si llegamos a Mar de Ajó es un milagro”, dicen entre risas. “Mi sobrina, por ejemplo, trabaja en YPF y le va muy bien, pero no le sobra nada. Antes había carreras y trabajos que valía la pena el sacrificio porque hacías la diferencia, pero ahora no. La gente trabaja todo el día para, con suerte, llegar a fin de mes”, agrega otra.
Mabel, Mirta, Marta, Marta, Loli y Norma.
Para el grupo de jubiladas hay una agenda que nadie atiende. “¿Porqué nadie habla de educación o salud de verdad? Parece que no saben qué decir”, agregan. El grupo coincide en que no se debe caer en la idea de que “son todos iguales”. Norma, de todas la que todavía trabaja, agrega: “Cómo me van a decir que son todos los mismos si vimos gobiernos hasta militares. Lo que pasa es que la gente no tiene memoria, pero nosotras sí”. Villa Domínico forma parte de la tercera sección electoral, con más de cinco millones de electores.
-¿Vas a votar a los de Milei el domingo?, le pregunta una mujer a un hombre que camina por la pista del parque unos metros más atrás.
-No, ni loco-, alcanza a responder el hombre.
-Ah, yo sí- repone ella.
Luego cambian de tema. La gente votará y decidirá, y la vida seguirá. Otra señora, unos metros más adelante, pasea a su perra y cuenta que su hija viaja a la UBA todos los días para estudiar medicina. Todos en su familia irán convencidos a votar. “Yo tengo un chef, un fumigador y una estudiante de medicina en casa. Sí, todos hablamos de política y vamos a ir, porque si te gusta lo que hay bancalo y sino votá otras opciones, pero hay que ir”, dice la jefa de hogar.
Ya empieza a caer el sol. La gente vuelve a sus casas, a sus vidas, con sus sueños e ideas que se expresarán en las urnas en un sentido u otro, o lejos de ellas.