El Gobierno no pudo imponer el miedo y los jubilados llenaron la plaza 

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El Gobierno intentó de todas las maneras posibles evitar la masiva manifestación en apoyo a los jubilados. No lo logró. A pesar de las amenazas de “represión” por altoparlantes en las estaciones de trenes, las requisas en los accesos a la Ciudad de Buenos Aires y el exagerado despliegue policial en el Congreso, miles de personas se movilizaron pacíficamente en contra del modelo de ajuste de Javier Milei. Tras la salvaje cacería de la semana pasada, en la calle se sintió una tensión permanente durante toda la jornada. Las mismas personas que marcharon se ocuparon de cuidarse de las provocaciones de las fuerzas de Seguridad e, incluso, identificaron algunos infiltrados y los echaron de las columnas. “Bullrich eligió mal al enemigo porque nosotros no tenemos nada que perder. De acá no nos vamos”, le dijo a Página/12 Omar Godoy, un jubilado de 73 años que habló por muchos otros que no se dejaron amedrentar y llenaron la plaza.

Pese al vallado, los cortes de calle y los casi 2000 efectivos de las fuerzas federales y de la policía porteña desplegados, los manifestantes fueron copando desde temprano el epicentro de la movilización. Marcharon columnas de organizaciones sociales (como la UTEP y Barrios de Pie), gremios de la CGT (como La Bancaria, la UOM, la CATT), las dos CTA y la izquierda. El protagonismo, igualmente, fue de los jubilados y las jubiladas. Muchos de ellos autoconvocados, otros organizados en las agrupaciones que todos los miércoles se congregan frente al Congreso. Se cantó contra el FMI, contra el Presidente y contra su ministra de Seguridad. También se pidió la recomposición de las jubilaciones y el fin de la represión a la protesta social. Todo se hizo en paz: en todo momento, los que marcharon dieron cátedra de cómo controlar la calle, la última obsesión del Gobierno.

Horas después de la desconcentración, Bullrich intentó mostrarse victoriosa. Dijo haber detenido a unas 25 personas con presunto pedido de captura en los accesos a la capital. También sostuvo que secuestró “cuatro micros que venían sin ningún tipo de permiso” y que controló los accesos “para que no vengan narcohinchas de Rosario y Córdoba”. Después, utilizó ese dato para sostener que “quienes van a las marchas son todos delincuentes, todos chorros”.

El secretario general de UTEP, Alejandro Gramajo, le contestó en diálogo con este diarion que “en lugar de querer restringir el derecho a la protesta con semejante operativo”, la ministra “debería estar precisamente persiguiendo a los narcos, que se están metiendo en los barrios a cooptar soldaditos”.

La marcha

En la plaza hubo varios hits. El más repetido fue “que se vayan todos”. También se cantó “Trabajador/ te estamos avisando/ que tu jubilación/ te la están cagando” y el clásico “que feo, que feo, que feo debe ser, pegarle a un jubilado para poder comer”. Además, hubo un palito a la CGT: “Que lo vengan a ver/ que lo vengan a ver/ los jubilados le enseñan/ cómo luchar a la CGT”.

El ataque a Pablo Grillo, todavía fresco, estuvo presente de varias formas: carteles, globos y remeras. Sus compañeros fotógrafos de ARGRA levantaron sus cámaras y pidieron justicia sobre Hipólito Yrigoyen, a la altura donde recibió el disparo.

A pesar de esa situación violenta –y de tantas otras–, muchos jubilados coincidieron en que no iban a dar el brazo a torcer. “Nosotros no vamos a retroceder, no nos vamos a rendir. El gobierno de Milei, estafador y corrupto, no tiene autoridad moral para atacarnos. Eligió mal al enemigo. No tenemos nada que perder, solo nuestra dignidad y nuestro sueldo mínimo. Somos el peor enemigo que pudo haber elegido”, dijo Omar, referente nacional de adultos mayores del Frente Grande.

Cerca suyo, caminaba “El Chueco”, con una Virgen de Luján en su cabeza, vestida con un manto negro y verde en una adaptación que hicieron los hinchas de Chicago. Llegó desde Ciudad Oculta y dijo que “en esta etapa de la vida, ya no tengo miedo”. Estuvo el miércoles pasado y anticipa que va a seguir en la calle cada semana: “Aunque sigan reprimiendo va a seguir habiendo gente porque el hambre permanece. Las dificultades están y la angustia cada vez es mayor y eso no se para con represión”.

El operativo

El Congreso amaneció rodeado por vallas que impedían el paso. Varias horas antes que llegaran los manifestantes, la zona ya resultaba intransitable. El perímetro inmediato alrededor del Palacio Legislativo estuvo controlado además por varios retenes policiales. Durante varias horas, para los vecinos y comerciantes –también para la prensa– resultó una tortura poder circular. Mucho más para las columnas, que en su mayoría ingresaron a la Plaza por las laterales Virrey Cevallos y Rodríguez Peña, luego de largas vueltas. Igualmente, el Gobierno quiso dar la imagen de que habría sido imposible manifestarse, pero no lo logró.

Detrás de las rejas, sobre el asfalto semivacío de Callao y Rivadavia, se ubicaron centenares de efectivos de la Federal y gendarmes, casi todos armados con escudos, en posición expectante. Hubo decenas de camiones hidrantes y del cuerpo de Infantería, y helicópteros sobrevolando la Plaza. Algunas esquinas fueron reforzadas hasta por un vallado triple. También se colocaron inhibidores de señal y amenazó con bajar los drones que intentaran grabar desde lo alto el operativo. Pareció una zona de guerra, militarizada por demás. El escenario en el que se desarrolló la marcha pretendió constituirse en sí mismo una amenaza.

“A mi con esta patoteada de las rejas no me mandan de vuelta a mi casa ni nada. No podremos llegar al Congreso como siempre, pero al menos hoy somos muchos”, dijo Mirta, una de las primeras en llegar, entrado el mediodía. Llegó sola, envuelta en una bandera argentina. “Toda la amenaza del Gobierno me importa poco. Si no me asustaron los gases del miércoles pasado, ya no me asusta nada”.

El operativo incluyó además un amedrentamiento explícito en las estaciones de tren. Los usuarios tuvieron que leer en los carteles digitales mensajes intimidatorios, y oírlos también por altavoz, como si se tratara de una pesadilla orwelliana. “Protesta no es violencia. La policía va a reprimir todo atentado contra la República”, decía el texto oficial que salía por los altoparlantes y que confirmaba la razón de ser de la presencia del secretario de Transporte de la Nación, Franco Mogetta, en la reunión del martes en Casa Rosada en la que se planificó el operativo, de la que participó la cúpula de la SIDE. Algunos pasajeros denunciaron, además, que en los controles policiales hasta se pedía los DNI y se revisaron algunas mochilas.

“El operativo no empezó ahora, empezó con una campaña previa, de terror. Lo hicieron en los medios, en las estaciones, sin embargo la plaza se llena y se llena, de a poco pero se llena, y eso es muy importante”, dijo Eduardo, jubilado de Laferrere. “Mira, siempre funciona la estrategia del miedo en algunas personas, pero hay que luchar contra eso”, explicó.

Cerca suyo estaba Carlos Dawlowski, el jubilado e hincha de Chacarita de 75 años que despertó la solidaridad de los hinchas de todos los clubes y que motorizó la marcha del miércoles pasado. Llevaba consigo dos bolsas de una panadería de Devoto que cada semana le regala sandwiches y facturas para sus compañeros. “Yo viví el 76, el 78 y el 2001, pero como esto, nunca”, le contó a Página/12. “Pero este operativo no me da miedo, me da más fuerza. Si ellos van a hacerlo todos los miércoles lo que van a ver es esto: lleno de gente. Que mejor gasten la plata en los comedores, y en los chicos que no tienen para comer. Si los jubilados venimos a marchar acá es porque no tenemos para comer”, cerró.

Los protagonistas

Los primeros jubilados y jubiladas empezaron a copar la calle alrededor de las dos de la tarde, cuando el sol pegaba fuerte sobre el asfalto de avenida Rivadavia. Llegaron desde distintos puntos de la ciudad y el conurbano bonaerense, en grupos pequeños. Una parte de ellos eran autoconvocados y otros estaban organizados en las agrupaciones que convocan cada miércoles. Había algo que los unificaba: el orgullo de volver al Congreso como cada miércoles, a pesar de los palos y las amenazas del Gobierno. “No tengo nada que perder”, fue una de las frases más repetidas durante el recorrido que hizo Página/12 por la manifestación:

*Verónica (68) llegó desde Villa Urquiza. Cobra la mínima y todavía está pagando la moratoria. “Me quedan dos años más”, dice. En marzo recibió menos de 400 mil pesos de jubilación. Debe “más de un palo” de expensas, y sus hijos varones la ayudan a llegar a fin de mes. El miércoles pasado estuvo en la marcha que terminó en represión, y en las corridas se le lastimó el tobillo. “Me quedé renga, pero jamás voy a dejar de venir”. “Si lo dejamos de hacer, este tipo se va a creer en serio que es un emperador, y no lo podemos permitir”.

*Victoria (73) es vecina de Alejandro Korn. Las marchas le encantan, pero por temas de salud no puede estar en todas las que le gustaría. Cuando el miércoles pasado vio los palos y los gases por la televisión, decidió que tenía que estar. Su hija Romina y su nieta Alma la acompañaron. “No la podemos dejar sola porque es capaz de hacer cualquier cosa”, se ríe Romina. Las tres tenían algo de miedo, pero no tanto como para no protestar. Victoria mira las vallas a su alrededor y recuerda una canción de Horacio Guaraní, la Copla del Carcelero: “Estamos prisioneros/ carceleros”, la canta y señala al Congreso. A esa hora, en Diputados se aprobaba el DNU de Milei y Caputo con la intención de endeudarse con el FMI.

*Graciela (68) llegó desde Libertad, Merlo. Tiene puestos lentes de sol. Es muy bajita. Se trajo un cartel de cartón casi más grande que ella, garabateado en fibrón rojo con la frase: “Los árboles mueren de pie. Así estamos los jubilados, de pie, y luchando moriremos”. Cobra la mínima, necesita comprar tres remedios. ¿Cómo hace para vivir?: “Vivo con medio kilo de pan y un litro de leche”, dice.

*A Beatriz (71) y Susana (75), los manifestantes que pasan a su lado les piden una foto: las dos llegaron con la misma remera con una foto de Maradona y su ya clásica frase. “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”. Se las compraron a un familiar despedido del Ministerio de Salud que se puso un emprendimiento. “El miércoles pasado fue un horror”, dice Beatriz, y cuenta que se metieron en un bar de por los gases. Tuvieron que asistirla en la cocina. “Yo ya estoy muerta de hambre, como una vez al día, cómo no voy a seguir viniendo”.

*Jorge (87) llegó desde Villa Luro, combinó colectivo y subte. Lo sostiene un bastón y en los hombros lleva una bandera argentina. Todos los miércoles está en el Congreso y tiene por costumbre hablarle a los policías que los rodean: “Empiezo diciendo que los respeto, primero como personas y después por la investidura, y también les pido que ellos hagan lo mismo conmigo”. Dice que en la plaza es feliz.

*Isabel (68) dijo que no tiene miedo, que es necesario salir a defender los derechos de todos los jubilados. Sacó su recibo de cobro de la cartera, quiere que todos vean que hoy cobró 322.000 pesos. Tiene un descuento de casi 20.000 por un crédito que pidió en ANSES. “El Gobierno tiene que pensar en la gente que no llegan ni a comer mientras ellos salen a robar. Que dejen las estafas y que le den a la gente pobre”, dijo.

*Pedro Ávalos (70) llegó en silla de ruedas, tiene problemas motrices por las consecuencias de la poliomelitis. Junto a otros dos jubilados que también están en silla de ruedas avanzan por Avenida de Mayo. “Nos estamos sosteniendo con la ayuda de los hijos y de los amigos. No hay posibilidad de medicamento ni de ningún tipo de beneficio. Y no es cierto que no hay plata. En realidad hay plata, pero la desvían”, dice el hombre que también es abogado y defiende a las personas con discapacidad de la motosierra de Milei.

*Sergio Ríos (69) llegó en tren desde Pilar. Lleva un gorro forrado de celeste y blanco y una bandera argentina que dice: “Milei genocida”. Todos los miércoles participa de la marcha y por eso, dice, no les tiene miedo. “¿Sabés lo que pasa? La gente está podrida”, se pregunta y contesta al mismo tiempo. Tiene 16 hijos que, según cuenta, son el impulso para estar en la calle: “lo único de lo que me alegro es que cuando llego a mi casa, vienen mis nietos a ver cómo está el abuelo”.

*Helena (72) vino a la Plaza desde Hurlingham. Milita en el Plenario de Trabajadores Jubilados, referenciado en el Frente de Izquierda. Dice estar “contenta” porque ve a su alrededor “mucha, mucha más gente” que la última vez. “Nos están hambreando, pero la lucha de los jubilados es tenaz. Va a quedar en la historia”, se entusiasma. 

 

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