30 años de H.I.J.O.S: “Nuestra venganza es ser felices” 

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Rondaban los 20 años cuando empezaron a reunirse. Cuando pensaron que el dolor personal debía convertirse en una acción colectiva que moviera las estanterías de la impunidad que, por entonces, reinaba en la Argentina. Cuando salieron a las calles para “escrachar” a los genocidas que andaban por los barrios, trabajaban en las clínicas o hacían vida de vecinos notables, no soñaban con que realmente se abriría la puerta de la justicia y que casi 1200 represores habrían sido condenados por haber secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido a sus padres y madres. Los H.I.J.O.S, que con su juventud e irreverencia trajeron aires renovados a la búsqueda de verdad y justicia, cumplen 30 años de existencia en un contexto marcado por la negación de los crímenes y la reivindicación de la dictadura.

¡Treinta años! –exclama Taty Almeida. No es sorpresa, es un remolino de recuerdos que va tomando forma con todo el camino recorrido conjuntamente.

“La aparición de H.I.J.O.S fue algo muy importante. Fue decir ‘ahí está el recambio’, los que venían a luchar de una forma independiente a la que lo habíamos hecho nosotras. Los que, para nosotras, eran los pibes ahora son hombres y mujeres. Nos acompañamos –como cuando ellos hacían los escraches, ahí estábamos nosotras cuidándolos”, recuerda la presidenta de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora.

Estela de Carlotto también habla de pasar la posta de la búsqueda de verdad y justicia, una tarea que en Abuelas de Plaza de Mayo comparten ella y Buscarita Roa con los nietos y las nietas. “La organización de los H.I.J.O.S fue algo lógico o natural. Son los herederos –hijos y nietos– de lo que falta por hacer. Nosotras estamos tranquilas porque los herederos están”, afirma.

La conformación de la agrupación en 1995 llegó en un contexto atravesado por la vigencia de las leyes y los indultos que impedían juzgar a los perpetradores de crímenes aberrantes. Ese año, el marino Adolfo Scilingo le confesó al periodista Horacio Verbitsky que había participado en los vuelos de la muerte y que ésta era una práctica que involucraba a toda la Armada. Los propios perpetradores hablaban de sus crímenes. La impunidad se palpaba, y aparecía en la escena pública un nuevo actor que renovaba el reclamo de justicia. Y lo hicieron a su modo: los escraches porque, si los tribunales no daban respuestas, debían ser las calles las que se convirtieran en las cárceles de los perpetradores.

“La verdad es que en estos 30 años nos hemos enseñado mutuamente”, dice Graciela Lois, militante de los ‘70 y esposa de un detenido-desaparecido. “Me acuerdo cuando Mariano Robles vino a hablarnos porque querían reunirse y nos pedían prestado un lugar en Familiares. De esa forma, comenzaron y siguieron. Fueron creando sus propias reglas, lo que, en algunas oportunidades, generó enojos con quienes podíamos ser sus tíos o abuelos generacionalmente, pero ellos siempre siguieron firmes”.

Un lugar donde poner nuestra voz

“La sangre de los desaparecidos será vengada el día que nuestro pueblo sea feliz”. Esa inscripción llevaba la remera blanca con la que Lucía García se subió al escenario que habían montado Hebe de Bonafini y las otras integrantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo en la madrugada del 24 de marzo de 1996 en lo que fue la presentación en sociedad de H.I.J.O.S. Lucía tenía a sus padres desaparecidos. Por entonces, todavía no sabía con certeza que habían sido llevados a la ESMA.

Los hijos y las hijas de La Plata habían confeccionado un documento, que ella había memorizado palabra por palabra. “El texto terminaba con ‘no nos han vencido’. H.I.J.O.S se planteó como un lugar donde poner nuestra voz. Veníamos de haber crecido con mucho silencio. En las familias no se hablaba. H.I.J.O.S fue muy reparador”, dice Lucía.

“La creación del escrache fue producto de una sensación física: de plantearnos que no sabíamos si estábamos caminando junto a un genocida. Lo más importante fue la imaginación política y hacer que fuera una práctica festiva, que daba cuenta de la felicidad de habernos encontrado”.

Una misma historia

“A mí H.I.J.O.S me cambia la vida. Literal”, dice Alejandra Santucho, y se emociona. En diciembre de 1976, un grupo de tareas asesinó a sus padres y secuestró a su hermana, Mónica, de catorce años. Alejandra y su hermano menor se criaron en Bahía Blanca con su abuela.

“Una pensaba que su historia era única. Cuando empezamos a hablar con otros hijos, nos dimos cuenta de que las historias eran iguales: duras, de mucho silencio. Encontrarnos fue una bocanada de aire fresco, aunque fue duro. Había que llegar a las reuniones y contar nuestras historias. Desde ese momento, la vida empezó a tener otro sentido. Pudimos hacer algo colectivo”, se enorgullece Alejandra.

Continuar la lucha

Carlos “Charly” Pisoni tenía un mes cuando una patota secuestró a su mamá y a su papá. Se crió con su abuela Aurora Zucco de Bellocchio. Iba con ella a las marchas, pero no había tenido la necesidad de buscar a otros y otras que hubieran atravesado una experiencia similar. Todo cambió cuando un día volvió a su casa y vio que Lucía Herrera hablaba de H.I.J.O.S en Telenoche y planteaba todo lo que él pensaba.

“H.I.J.O.S es la forma que encontré de darle un sentido a mi vida. Es un poco continuar la lucha de mi mamá, mi papá y mi abuela, y buscar justicia para los que la pasan mal. Nos trasciende. Tiene que ver otras agendas: que no haya muertos en comisaría por portación de rostro o que te peguen un balazo y te dejen al borde de la muerte por ir a una protesta”, destaca.

La aparición de H.I.J.O.S generó un cambio a la hora de transmitir lo sucedido. “Una de nuestras banderas era reivindicar la lucha de nuestros padres. No se hablaba de eso. Era un tema tabú. Pero después se los empezó a recordar no solo por sus nombres y apellidos sino también por su militancia”.

HIJOS también generó cambios en la relación con la calle y con cómo hacer política. Los escraches eran un punto de llegada, con mucho trabajo previo. Había que conseguir la dirección, chequear que se tratara de la persona que buscaban. Un integrante de la agrupación se vestía de cartero e iba a llevar una carta para verse cara a cara con el genocida. Otro tomaba fotos. Otros hablaban con los vecinos. Y otros convocaban a murgas y organizaciones de la zona. El primer escrache fue contra Jorge Magnacco, partero de la ESMA. Con grúa y todo, subieron para escrachar a Jorge Rafael Videla en su departamento de Belgrano. El escrache a Miguel Osvaldo Etchecolatz terminó con una cacería. Y las anécdotas se multiplican por cientos.

“Molestábamos porque irrumpíamos en todos lados. No teníamos especulación política y a los que perseguíamos seguían en las esferas de las fuerzas”, subraya Pisoni, y recuerda que en 1997 Clarín los calificó como uno de los grupos “más peligrosos”.

Un sentido de familia

Verónica Castelli llegó a H.I.J.O.S en el invierno de 1997. Tenía a sus papás desaparecidos y a su hermana, nacida en cautiverio, apropiada. A ella la había criado el hermano de su papá, que era comisario inspector de la Policía Federal Argentina (PFA). Ese dato la hacía sospechar que no iba a ser bien recibida si se acercaba a la agrupación. Pero se equivocó. “Para mí, llegar a H.I.J.O.S fue volver a tener una familia en el sentido más pleno de la palabra después de mucho tiempo”, dice.

Poco después de su llegada, se conformó la comisión de Hermanos. Fue en el encuentro nacional que hicieron en Tucumán para 1998, y tras una propuesta de algunas hijas de desaparecidos que estaban en Abuelas, comprometidas con la búsqueda de los bebés robados.

La llegada del kirchnerismo planteó un escenario novedoso. El reconocimiento por parte del Estado de los crímenes y el acompañamiento de la búsqueda de justicia requirió nuevos aprendizajes: que quienes antes se habían volcado a las calles ahora se centraran en la tarea de los tribunales.

Pilar Campiglia se sumó a H.I.J.O.S en 2007, tiempo después de que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó los restos de su mamá, Alcira Campiglia. Pilar quería impulsar un proyecto de acompañamiento a los familiares que atravesaran una situación como la que ella venía de pasar. Cuando llegó a H.I.J.O.S le encomendaron otra tarea: trabajar para los juicios que estaban poniéndose en marcha.

“Me engatusaron mal”, se ríe Pilar. “Pero me sorprendió mucho que las compañeras que me recibieron me dijeron ‘te estábamos esperando’. Qué lindo que alguien te estuviera esperando en un lugar, cuando yo sentía que era algo muy mío. Fue como que alguien te abraza en lo colectivo”, relata.

Un final feliz

Paula Maroni estuvo en los primeros campamentos que se hicieron en Córdoba en 1995. Ella acababa de dejar la carrera de Derecho después de sumarse a H.I.J.O.S. En ese momento, hizo una entrevista con Juan Gelman y Mara La Madrid, que terminaría nutriendo el libro Ni el flaco perdón de Dios. En ese encuentro, ella dejó en claro su escepticismo frente a la posibilidad de alcanzar justicia. “Un juicio verdadero solo será posible si la sociedad lo pide”.

H.I.J.O.S, remarca, le abrió un mundo nuevo. “Me di cuenta de que la salida era política y colectiva, y que no necesitaba ser abogada para meter a los milicos en cana. Los escraches surgieron como algo natural. No es que los craneamos. Para mí, el juicio y castigo era un horizonte, pero nunca imaginé que lo íbamos a lograr sinceramente”, concede.

“A pesar de todo, yo siento que es una historia con final feliz. A pesar del momento de mierda a nivel social que estamos pasando, de los compañeros que han perdido el trabajo o no están cobrando. A pesar de todo, nadie nos quita todo lo que construimos, porque nuestra venganza es ser felices”, dice Paula –que, con Verónica y Pilar, se preparan para reunirse este domingo con otros compañeros y compañeras que llegarán a Córdoba para señalizar el lugar que los albergó en aquel primer campamento de 1995.

 

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