Faltan 10 minutos para que termine el partido y su escena más soñada es una realidad. Baja el “Fideo, Fideo” desde las tribunas del Gigante de Arroyito y Ángel Di María no puede contener la emoción. El campeón del mundo acaba de convertir un golazo inolvidable de tiro libre, recién respira tras transformar un zurdazo maravilloso en un misil imparable y volador que se clava en un ángulo del arco y define el triunfo de su Rosario Central sobre Newell’s por 1-0. Es el sueño que desde hace 18 años se construye en la cabeza de Angelito: desde que emigró a Europa y brilló en los mejores equipos del mundo sin olvidar nunca los colores de su corazón, desde que volvió a pisar la tierra que lo parió tras colgarse todos los laureles como figura de la Selección argentina. El engranaje de su genio futbolístico puede descansar y unirse al festejo de sus tripas y de toda la hinchada de Central que clama su nombre: marcó su primer gol ante Newell’s y selló con él su primera victoria en el clásico rosarino, para guardarse en el alma una postal futbolera que todavía anhelaba y entregarle la felicidad máxima a su gente.
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Una hora y media antes del partido por la sexta fecha del Clausura, de la mano de sus hijas Mía y Pía, Di María entraba al Gigante de Arroyito para jugar el tercer clásico rosarino de su vida, en medio de una bruma auriazul provocada por bengalas y la emoción del público local. Mientras cerraba los ojos y se susurraba algo a sí mismo, quizás recordaba aquella última vez, 18 años atrás, cuando visitó con Central el Parque Independencia y se fueron derrotados por 1-0. La vez anterior, su único otro recuerdo como futbolista ante Newell’s, había sido un empate sin goles.
La alegría soñada por Angelito este sábado se tejió lentamente. El primer tiempo fue la calma previa a la explosión: no entregó demasiadas emociones, mientras uno y otro equipo se medían antes de asumir cualquier riesgo. Lo más claro de esos primeros 45 minutos cortados y disputados (se cometieron 17 infracciones) se vivió luego del encuentro entre Di María y Ever Banega, dos que compartieron fútbol en la Selección, coincidiendo en el Mundial de Rusia 2018 y el oro olímpico en Beijing diez años antes, entre otros momentos juntos con la camiseta argentina. El exfutbolista del Valencia le hizo una falta al exjugador del Real Madrid y, un minuto después, Ignacio Malcorra probó de tiro libre al arco pero Juan Espínola mandó la pelota al córner.
Central creció desde que arrancó el segundo tiempo. Y a los 80 minutos, tras una falta de Martín Fernández, empezó a desplegarse la obra de arte del enorme Angelito Di María. En un gesto que define todo su amor por este deporte, lo primero que hizo fue besar la pelota antes de colocarla sobre el césped para el tiro libre. Después llegó su magia futbolística, esa que sigue intacta exactos 17 años después de aquel oro olímpico que significó su primer título con Argentina –con un gol suyo para ganar la final ante Nigeria– y del que este sábado se cumplió un aniversario. De frente al arco, su zurda golpeó la pelota, que besada y convencida se clavó en el ángulo. El grito de gol de todo el Gigante de Arroyito lo abrazó en una emocionada corrida, hasta que sus compañeros lo envolvieron en pleno festejo.
“El destino es así. La vida me llevó por muchos lados y terminé volviendo a donde soy feliz de verdad. Toda la vida soñé esto. En estos 18 años afuera, solo soñaba con volver y con lo que pasó hoy. No sé que más pedir…”, contó, con lágrimas en los ojos, el campeón argentino de dos ediciones de la Copa América, un Mundial y una Finalissima, quien enseguida, como buen soñador, se acordó del presente y pidió por un sueño más. “En realidad, sí, me queda una cosa más –dijo Ángel Di María–. Ser campeón con Central”.