Era un tipo querido Miguel Angel Russo. Tan querido, tan amigo de tantos, tan respetuoso y tan respetado por todos que por eso, la noticia de su muerte estremece de pena al fútbol argentino. Miguel, Miguelo o el Palomo dedicó 50 de sus 69 años de existencia a estar dentro de una cancha. Primero como jugador de Estudiantes de La Plata, el club donde desarrolló toda su carrera como futbolista entre 1975 y 1988. Y luego, desde 1989 como director técnico de infinidad de equipos de la Argentina, Chile, España, México, Colombia, Perú, Paraguay y hasta Arabia Saudita, con los que vivió todas las emociones posibles con la pelota de por medio: grandes triunfos, fuertes derrotas, tardes de gloria, noches de pena, alegrías, ingratitudes, traiciones, la vida misma.
En esos 35 años detrás de la línea de cal, Russo logró lo que muy pocos lograron: ser campeón y una referencia ganadora para varios clubes. Como jugador de Estudiantes integró dos grandes equipos: el de Carlos Salvador Bilardo que ganó el Metropolitano de 1982, y el de Eduardo Luján Manera que de inmediato se alzó con el Nacional de 1983. Como técnico, codirigió con Manera aquel equipazo que arrasó el Nacional B 1994/95, y devolvió al Pincha a Primera tras el descenso de la temporada anterior. En Lanús, pasó por todas las sensaciones: en su experiencia inicial como entrenador, ganó el ascenso a Primera en 1990, descendió en 1991 y volvió a la A en 1992.
A Rosario Central lo dirigió cinco veces y lo aman como un “canaya” más, porque en 2013 también ganó el ascenso para regresar a Primera, estuvo al frente en el último título que ganó (la Copa de la Liga 2023) y nunca perdió un clásico con Newell’s. Con Vélez, consiguió el Clausura 2005 y a Boca le hizo ganar su última Copa Libertadores en 2007, con Juan Román Riquelme como figura excluyente. Desde aquel debut de 1989 en Lanús hasta el último partido de su tercer ciclo a cargo de Boca, el 2-2 ante Central Córdoba en la Bombonera del 21 de septiembre pasado, Russo dirigió 1275 partidos con 510 triunfos, 310 empates, 394 derrotas y una alta eficacia del 49,7 por ciento. Con el agregado que condujo a tres equipos grandes: San Lorenzo (2008/2009 y 2024/2025), Racing (2010) y Boca (2007, 2020/21 y 2025).
En el exterior, fue campeón en 2017 y 2018 con Millonarios de Colombia y tambien tuvo temporadas al frente de la Universidad de Chile (con la que llegó a las semifinales de la Copa Libertadores en 1996), Salamanca de España (1998/99), Morelia de México (2001), Alianza Lima de Perú (2019), Cerro Porteño de Paraguay (2019) y Al Nassr de Arabia Saudita (2021/22).
A esta altura, los lectores mas jóvenes deben estar preguntándose por qué, con semejante carpeta de antecedentes, Russo nunca dirigió la Selección Argentina. En verdad, varias veces anduvo cerca. Pero a la hora de la decisión final, Julio Grondona tomó otras opciones. Luego del Mundial de Alemania 2006, estuvo a punto de suceder primero a José Pekerman y en 2008 a Alfio Basile. Algún diario hasta llegó a anticipar en tapa su designación y los jugadores que pensaba convocar. La realidad lo desmintió cuando en una de sus tantas piruetas, Grondona finalmente nombró a Diego Maradona y lo postergó para siempre.
Nacido en Lanús, el 9 de abril de 1956, Russo se forjó como hombre y futbolista en el Country de City Bell de Estudiantes de La Plata. Allí moldeó su carácter, su estilo y aprendió la cultura del orden, el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio y la resilencia que aplicó hasta el último suspiro de su vida. También le enseñaron que ganar era el hecho más importante del fútbol, que lo que pasaba dentro del vestuario era sagrado y que había que desconfiar de los periodistas.
“Miguelo” era un hábil declarante y daba todas las entrevistas que le pedían. Pero ocultaba lo que verdaderamente pensaba o sentía detrás de un manojo de palabras. “Son decisiones” decía cada vez que tenía que explicar porqué sacaba o ponía a determinado jugador, o había hecho un cambio. Sus notas más sustanciosas las dio siempre que fue un técnico desocupado. Cuando estuvo al frente de un equipo, se mantuvo fiel a aquellos viejos códigos, resguardó a sus jugadores y a la intimidad de los camarines y habló sin decir nada.
Bilardo fue su gran maestro y lo hizo debutar como jugador de Primera el 30 de noviembre de 1975, en el partido por el campeonato Nacional que Estudiantes igualó 2-2 con San Martín en Tucumán. Entró en reemplazo del centrodelantero Miguel Angel Benito. Le llevó un tiempo afirmarse como volante central, su puesto de toda la vida, porque el titular era Carlos Pachamé, un procer “pincharrata”. Recién en 1977, cuando “Pacha” se fue libre a Lanús, Russo se ganó el puesto en base a despliegue, capacidad de lucha y sentido táctico. Siempre le dio al equipo, lo que el equipo necesitaba, ni más ni menos.
Cuando Bilardo formó en 1982 aquella orquesta del medio campo con Marcelo Trobbiani, Alejandro Sabella y José Daniel Ponce que le puso manija a la pelota, dentro de su estilo, Russo no desentonó. Nunca fue un talentoso, pero tampoco un negado. Hizo 12 goles en los 431 partidos que jugó para Estudiantes. El mejor se lo marcó a Boca en La Plata, durante el Metro de 1982: un derechazo desde afuera del área que se le metió a Gatti en un ángulo. Bilardo lo llevó cuando fue a dirigir la Selección Argentina en 1983 y lo mantuvo como titular hasta las Eliminatorias para el Mundial de México. Pero lo descartó por Sergio Batista cuando armó la lista final.
El 16 de mayo de 1988 protagonizó su último partido con la casaca de Estudiantes (perdió 2-1 ante Independiente). Sus rodillas ya no aguantaban el esfuerzo. Y como sintió que el fútbol carecía de sentido si no jugaba para el “Pincha” a fin de ese año, Russo corrió de costado al jugador y le dio paso al técnico que abrazó los mismos valores: la tenacidad, el esfuerzo y la entrega como valores innegociables, el resultado como la medida de casi todo, y el pragmatismo en dosis suficientes como para saber cuándo había que salir a ganar y cuándo era necesario, tirarse atrás y tratar de no perder.
Quiso tanto al fútbol Russo, lo hizo tan propio de su vida que hasta se expuso por demás en su última etapa en Boca, cuando las huellas de su enfermedad lo dejaron en carne viva. Siguió hasta que no pudo mantenerse más de pie, a pesar de todo, convencido de que el compromiso que tenía con sus jugadores y con los hinchas era irrenunciable. Miguel, Miguelo o el Palomo ha dejado de estar en este mundo y será llorado por su familia y sus amigos más cercanos. Pero no solo por ellos. Fue alguien tan querido y respetado que, a pesar de las pasiones que la pelota desata, todas las banderas del fútbol flamean a media asta en honor a él.